27 octubre 2005

Registro

Llegaron un día a la comunidad arrastrando ladridos de perros flacos y una nube larga de tierra prendida a la caja de la camioneta. De las chozas brotaban más perros, y niños, y viejos curtidos y pequeños. En el río los hombres y las mujeres recogían las redes presurosos, ensordecidos por los loros que alertaban sobre gente nueva y rara recién llegada. No habían remedios en la camioneta, no habían zapatos ni machetes. Pilas de papeles, una mesa de hierro desplegable y dos sillas de plástico es lo que había. Las miradas de los indios se cruzaban preguntando; las miradas de los blancos de camisas también blancas no tenían respuestas, sólo más preguntas: "¿Cómo se llama este chico, señora?". "Se llama como el dorado cuando brinca en el agua y le pega el sol". "Bueno, bueno, ahora se va a llamar 'Juan Pablo Segundo'. Firme aquí.... Bueno, está bien, ponga su dedo." "¿Y ése es recién nacido?". "No señor, ya tiene dos lunas conmigo". "Ah, entonces, el de las lunas se va a llamar 'Apolo Once'. ¡Vamos, vamos, apúrense que ahora les damos sus documentos a estos nuevos argentinos, para que se unan a la modernidad, para que voten cuando tengan uso de razón y dieciocho años".

Los loros alborotaron el aire otra vez con su alarma y los dorados brincaron de las redes escapando hacia la libertad del Río Pilcomayo.

Servilletas

Te escribo en servilletas
no porque casualmente esté aquí en al bar, inspirado,
sino porque la pluma se desangra;
un punto no es un punto, es una mancha.
La "e" puede ser la "o",
como cuando "¡llegaste!" puede ser "¡no te esperaba!".
Porque la servilleta tiene cuatro u ocho lados
para escribir,
como tú tienes los tuyos para descifrarte.
Te escribo aquí porque parece casual,
pero es donde he escrito los versos que más me gustaron
acerca de ti y de mí.

Un día común

Háblame.
Siéntate a comer y háblame con la boca llena.
Mírame.
Enciende la televisión y mírame en las noticias.
Siénteme.
Abrázalo y di mi nombre.
Quédate.
Abre la puerta y encuéntrame en la calle.

26 octubre 2005

Bandada de palabras

Ahora escribo pájaros.
No los veo venir, no los elijo,
de golpe están ahí, son esto,
una bandada de palabras
posándose
una
a
una
en los alambres de la página,
chirriando, picoteando, lluvia de alas
y yo sin pan que darles, solamente
dejándolos venir. Tal vez
sea eso un árbol
o tal vez
el amor.

Cinco últimos poemas para Cris (fragmento)
Julio Cortázar

17 octubre 2005

Adolescencia

Carnavalito. Magenta. Fucsia. Cordillera. Cerveza en las escaleras de la iglesia. Tus iniciales en el primer lugar del récord de Gálaga. Diecisiete años y las ganas de chocar los dientes en un beso, de aprender a enlazar las lenguas (que es así como se besa). Enanitos Verdes los sábados y todos los ríos y lagos de Europa todos los días en el colegio. Salesiano. Misoginia y hormonas. Temor de Dios y resistencia al dogma de fe. Rock y pop. Onanismo, voyeurismo. Coca. Aerosol. Vinilos rayados. Amplitud modulada. Lexotanil. Pink Floyd monoaural. Vino en damajuanas. "¿Quién sabe hacer asado? Se quemó. No importa, hay un montón de vino y le robé un paquete de Chesterfield a mi hermano". Homofobia. Abrazos y cárcel. The Cure en Buenos Aires. Ojeras, rimmel. Camiseta negra y pelo largo. Gancia y Pink Floyd. "¡Me rayaste el disco de Charly que me robé en la Peatonal!". Un polvo entre tres y la escoba de la abuela barriéndonos de la casa a las seis de la mañana. Beso en el parque. Saliva de mis amigos en tu boca. Chicle, frigidez y sudor. Cartas, desvelo, guitarra, bohemia, buñuelos. Una Fender de segunda mano. Ozzy Osbourne, Sigue Sigue Sputnik, The Communards, Fito, Charly, Soda, Maradona. Abrazos. Pésames. Poco sexo, mucho vino y demasiado roncanrol.

16 octubre 2005

El Aleph

Recordando una extraordinaria experiencia de hace un año, me volví a encontrar con las Ficciones de Borges.

"En la parte inferior del escalón, hacia la derecha, vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño. Cada cosa (la luna del espejo, digamos) era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo. Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo, vi todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó, vi en un traspatio de la calle Soler las mismas baldosas que hace treinta años vi en el zaguán de una casa en Frey Bentos, vi racimos, nieve, tabaco, vetas de metal, vapor de agua, vi convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos de arena, vi en Inverness a una mujer que no olvidaré, vi la violenta cabellera, el altivo cuerpo, vi un cáncer de pecho, vi un círculo de tierra seca en una vereda, donde antes hubo un árbol, vi una quinta de Adrogué, un ejemplar de la primera versión inglesa de Plinio, la de Philemont Holland, vi a un tiempo cada letra de cada página (de chico yo solía maravillarme de que las letras de un volumen cerrado no se mezclaran y perdieran en el decurso de la noche), vi la noche y el día contemporáneo, vi un poniente en Querétaro que parecía reflejar el color de una rosa en Bengala, vi mi dormitorio sin nadie, vi en un gabinete de Alkmaar un globo terráqueo entre dos espejos que lo multiplicaban sin fin, vi caballos de crin arremolinada, en una playa del Mar Caspio en el alba, vi la delicada osadura de una mano, vi a los sobrevivientes de una batalla, enviando tarjetas postales, vi en un escaparate de Mirzapur una baraja española, vi las sombras oblicuas de unos helechos en el suelo de un invernáculo, vi tigres, émbolos, bisontes, marejadas y ejércitos, vi todas las hormigas que hay en la tierra, vi un astrolabio persa, vi en un cajón del escritorio (y la letra me hizo temblar) cartas obscenas, increíbles, precisas, que Beatriz había dirigido a Carlos Argentino, vi un adorado monumento en la Chacarita, vi la reliquia atroz de lo que deliciosamente había sido Beatriz Viterbo, vi la circulación de mi propia sangre, vi el engranaje del amor y la modificación de la muerte, vi el Aleph, desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo."

Jorge Luis Borges, El Aleph, 1949

Sin miedo


You say the hill's too steep to climb, climbing.
You say you'd like to see me try, climbing.

You pick the place and I'll choose the time
and I'll climb that hill in my own way.
Just wait a while for the right day
and as I rise above the tree line and the clouds
I look down, hearing the sound of the things you said today.

Fearlessly the idiot faced the crowd, smiling.
Merciless, the magistrate turns 'round, frowning.

And who's the fool who wears the crown.
Go down in your own way.
And everyday is the right day,
and as you rise above the fear lines in his brow
You look down, hear the sound of the faces in the crowd.

Fearless, Pink Floyd, 1971

Mucho gusto

Transparencia. Mirar dentro de sus ojos, como mirar dentro de los ojos de un niño y sentir la libertad de sostener esa mirada sin miedo a sufrir, a lastimar, a conceder o a negociar. Extraordinario encontrarse con un ser así y envidiar su condición de vivir un día en la contemplación como si se tratara de un millón de años.

05 octubre 2005

Así en el cielo como mi perra


Para exorcizar de alguna manera este sentimiento de ya no tener a Vaquita entre mis amores vivos, quiero imaginarla allá, en algún Nirvana de escritores correteando a los gatos de Borges, masticando el tejo de la Rayuela de Cortázar, ladrando a Rocinante, asustándose con un Gregorio Samsa metamorfoseado, durmiendo a los pies de un deprimido Raskolnikov.

Ojalá no hubieras sido tan animalito para ser tan noble y tan poco humana para tener sentimientos tan claros, para reconocerme detrás de una puerta después de dos años, para sobrevivir mamando de una camiseta empapada en leche, para coger con cuanto perro se acercó a la casa.

Te voy a querer siempre y te voy a soñar en el Nirvana de todos mis perros; allá, en algún lugar junto a los abuelos y a los tíos, bajo los viejos árboles muertos de la casa.

Chau, Vaquita; un día nos olfatearemos las colas en alguna reencarnación.