02 mayo 2007

La felicidad es una camisa bien planchada


Las metáforas están ahí para todo el que quiera verlas. Hoy, cuando cabilaba acerca de la felicidad, me encontraba en el -para mí- deleznable proceso de planchar. Es un proceso, sí, cronológicamente hablando es un proceso. Lo detesto. Odio planchar, lo declaro aquí y para siempre, para que mi sentencia cambie alguna regla, para que revolucione alguna idea... no sé, permítanme darle una razón a este manifiesto. Digo que filosofaba baratamente sobre la felicidad, mientras pasaba la plancha por un lado y arrugaba irremediablemente por el otro. Irremediablemente, digo, porque cuando uno pasa la plancha sobre una parte mal doblada de la camisa, no hay dios ni spray que ayude a alisarla. De pronto, mis pensamientos encajaron justo ahí, entre los botones y el bolsillo de la izquierda, pegados a ese doblez de la costura. Esta camisa que me va a llevar media hora planchar, me va a servir para esta noche; no más por esta noche, por el humo, el sudor y los abrazos. Mañana volverá a ser otro trapo más sobre la silla, hediondo de tabaco, ácido de sudor, pletórico de arrugas (¿usé el adjetivo "pletórico" para una camisa? Dios te salve reina y madre de no sé cuantos. Diez rosarios por ese improperio).

Tal vez la felicidad funcione así: te lleva tu tiempo prepararla para ti y prepararte para ella, la disfrutas y entonces, pasado un rato ya no te sienta tan bien... ya no te conforma.