Los sueños pasan volando
Corta con precisión el plástico que envuelve los cubiertos. Los coloca en el hueco rectangular de su bandeja. Quita la película que cubre el plato. Hace a un lado el queso y corta por la mitad la aceituna para evitar que ruede de un lado a otro. Abre el paquete de las galletas, las quita del interior y las parte por la marca que las divide, para luego volver a introducirlas al paquete junto con las migas que se ha preocupado por levantar de la bandeja, una a una, pegándolas a la punta de su dedo previamente ensalivado. Hace una bolita perfecta con el plástico que envolvía el plato -una bolita casi exactamente idéntica al agujero del bote de soda, adonde la introducirá luego de haberse bebido el contenido de un solo trago-. Delicadamente corta con ambos índices y pulgares una esquina del sobrecito de azúcar y vierte el contenido en el vaso de café al que mezcla con un movimiento en espiral hacia el centro primero y hacia el exterior después. Quita el mezclador y se lo lleva suavemente a la boca. Sorbe los restos de café y toma el sobre vacío de azúcar para envolver con él el mezclador y depositarlo en el bote de soda improvisado como basurero. Se limpia suavemente la punta de los dedos con una servilleta que vuelve a colocar debajo de los cubiertos. Levanta el tenedor y pincha un trozo de queso llevándoselo a la boca. Deja a un lado el tenedor y toma el paquete de las galletas y, al extraer una, golpea con el dorso de la mano el vaso del café volcándolo sobre sus piernas. Da un respingo y con las rodillas choca en la mesa rebatible dando por el suelo con la bandeja y todo el contenido. El cinturón de seguridad no le permite ponerse de pie, pero lo intenta, y en el intento golpea mi hombro y me despierta. Volteo a ver, pero no hay nadie junto a mí en los asientos y todo el mundo duerme en el resto del avión.