30 agosto 2007

Hallan la clave para borrar los malos recuerdos y potenciar la memoria

Hay cosas que no se olvidan, recuerdos que permanecen indelebles con el paso del tiempo, aunque seamos incapaces de recordar donde acabamos de dejar las llaves. Los neurocientíficos estaban convencidos de que el cerebro era incapaz de borrar de forma voluntaria ciertas sensaciones, contenidos o imágenes que se guardan en el neocórtex, el almacén de la memoria a largo plazo. Esa huella permanente era posible gracias a los cambios estructurales que se producían en las conexiones entre neuronas.

Pero esa verdad asumida puede rebatirse. Investigadores del Instituto Weizmann de Israel han demostrado que una enzima — la PKMzeta— es la encargada de mantener «viva» la memoria a largo plazo. Toda una maquinaria molecular en miniatura, capaz de activar o anular el «disco duro» del cerebro. El nuevo hallazgo abre el camino a tratamientos para mejorar los problemas de memoria o para borrar recuerdos traumáticos, al activar o anular la enzima PKMzeta, cuentan hoy en la revista «Science».

Los científicos israelitas basan sus conclusiones en un experimento con ratas, a las que entrenaron para evitar ciertos sabores. Su objetivo era comprobar si eran capaces de borrar los recuerdos del sabor de los roedores. El entrenamiento consistía en darles sacarina en el agua e inducirles después el vómito con una inyección de litio. Al final, las ratas evitaban el agua con sacarina para no enfermar. Hasta que en el Instituto Weizmann se les inyectó un fármaco, denominado ZIP, que bloquea PKMzeta dentro de córtex cerebral. La sustancia les hizo olvidar el sabor que les había hecho enfermar semanas antes. La amnesia selectiva se mantuvo un mes después de que las ratas produjeran los recuerdos gustativos.

El caso Bourne

Es posible que ZIP borre todos los aprendizajes, no importa lo antiguos que sean», comenta el neurocientífico Lynn Nadel en un editorial que acompaña al estudio. Como en el mito Bourne, el espía que perdió todos sus recuerdos. Si el fármaco funcionara de forma selectiva podría tener aplicaciones clínicas. Una de ellas es el tratamiento de experiencias traumáticas. El siguiente paso es descubrir si al potenciar la acción de la enzima se refuerza su capacidad de memoria.

Fuente: N.C.R. Madrid

28 agosto 2007

"Experiencia extracorporal": investigan la posibilidad de liberar al cuerpo de la conciencia


Mediante diversos mecanismos de simulación, que incluyen cámaras y anteojos tridimensionales, los científicos analizan la relación entre el organismo y la razón. Instituciones de Suiza, Suecia y Gran Bretaña participan en la investigación.

¿En qué parte del cerebro se asienta la percepción del yo? ¿Necesita la conciencia del yo un cuerpo? Científicos europeos tratan de dar respuesta a estas preguntas simulando que el yo se libera de su parte física.

Un diez por ciento de la población dice haber tenido alguna vez la sensación de abandonar su propio cuerpo. No es necesario creer que algo así sea posible, pero tampoco imprescindible pensar que la sensación no se pueda producir.

De hecho, en la École Polytechnique Fédérale de Lausana, en Suiza, y antes en la University College de Londres y en el Instituto Karolinska de Estocolmo, científicos europeos consiguieron hacer pensar a quienes se sometieron a la prueba que se veían a sí mismos fuera de su carne y huesos.

El filósofo alemán Thomas Metzinger trabaja en Lausana con Olaf Blanke, un neurólogo. En este estudio, las cuestiones del alma y las del cuerpo se mezclan, por eso científicos de las ramas naturales duras comparten laboratorio con quienes se preguntan por las incógnitas existenciales del ser humano.

El experimento funciona de la siguiente manera, describe Spiegel: la persona se coloca unas gafas especiales que le permiten ver en tres dimensiones. Una cámara, situada en su espalda, graba su cuerpo y las imágenes son proyectadas en los anteojos, de manera que la persona se ve a sí misma por detrás. Entonces, el científico comienza a tocarle la espalda. La persona observa a través de las gafas como una mano recorre su columna vertebral, pero la sensación que tiene es la de haber abandonado su cuerpo y estar contemplándose desde fuera.

Pacientes que sufren enfermedades neurológicas o fueron víctimas de una embolia; personas que durante unos segundos estuvieron clínicamente muertas o sometidas a situaciones de estrés excesivo o cansancio físico desmesurado. Éstos suelen ser los clásicos casos que describen quienes dicen haber vivido una "out of body experience" ("Experiencias extracorporales"), como se conoce a la sensación.

Los científicos esperan descubrir con estos experimentos más sobre los motivos que se esconden tras las visiones del propio cuerpo. Por ejemplo, qué parte del cerebro juega un papel activo en la ilusión. Para los filósofos, la cuestión se adentra en terrenos más pantanosos. Los experimentos demuestran con qué facilidad se puede manipular la sensación del "yo", y cuán ligada aparece esta sensación a la existencia de lo físico.

26 agosto 2007

Pantalones

Viejo con arbol


A un costado de la cancha había yuyales y, más allá, el terraplén del ferrocarril. Al otro costado, descampado y un árbol bastante miserable. Después las otras dos canchas, la chica y la principal. Y ahí, debajo de ese árbol, solía ubicarse el viejo.

Había aparecido unos cuantos partidos atrás, casi al comienzo del campeonato, con su gorra, la campera gris algo raída, la camisa blanca cerrada hasta el cuello y la radio portátil en la mano. Jubilado seguramente, no tendría nada que hacer los sábados por la tarde y se acercaba al complejo para ver los partidos de la Liga. Los muchachos primero pensaron que sería casualidad, pero al tercer sábado en que lo vieron junto al lateral ya pasaron a considerarlo hinchada propia. Porque el viejo bien podía ir a ver los otros dos partidos que se jugaban a la misma hora en las canchas de al lado, pero se quedaba ahí, debajo del árbol, siguiéndolos a ellos.

Era el único hincha legítimo que tenían, al margen de algunos pibes chiquitos; el hijo de Norberto, los dos de Gaona, el sobrino del Mosca, que desembarcaban en el predio con las mayores y corrían a meterse entre los cañaverales apenas bajaban de los autos.

—Ojo con la vía íalertaba siempre Jorge mientras se cambiaban.

—No pasan trenes, casi ítranquilizaba Norberto. Y era verdad, o pasaba uno cada muerte de obispo, lentamente y metiendo ruido.

—¿No vino la hinchada? íya preguntaban todos al llegar nomás, buscando al viejoí. ¿No vino la barra brava?

Y se reían. Pero el viejo no faltaba desde hacía varios sábados, firme debajo del árbol, casi elegante, con un cierto refinamiento en su postura erguida, la mano derecha en alto sosteniendo la radio minúscula, como quien sostiene un ramo de flores. Nadie lo conocía, no era amigo de ninguno de los muchachos.

—La vieja no lo debe soportar en la casa y lo manda para acá íbromeó alguno.

—Por ahí es amigo del referí —dijo otro. Pero sabían que el viejo hinchaba para ellos de alguna manera, moderadamente, porque lo habían visto aplaudir un par de partidos atrás, cuando le ganaron a Olimpia Seniors.

Y ahí, debajo del árbol, fue a tirarse el Soda cuando decidió dejarle su lugar a Eduardo, que estaba de suplente, al sentir que no daba más por el calor. Era verano y ese horario para jugar era una locura. Casi las tres de la tarde y el viejo ahí, fiel, a unos metros, mirando el partido. Cuando Eduardo entró a la cancha —casi a desgano, aprovechando para desperezarse— cuando levantó el brazo pidiéndole permiso al referíí, el Soda se derrumbó a la sombra del arbolito y quedó bastante cerca, como nunca lo había estado: el viejo no había cruzado jamás una palabra con nadie del equipo.

El Soda pudo apreciar entonces que tendría unos setenta años, era flaquito, bastante alto, pulcro y con sombra de barba. Escuchaba la radio con un auricular y en la otra mano sostenía un cigarrillo con plácida distinción.

—¿Está escuchando a Central Córdoba, maestro? —medio le gritó el Soda cuando recuperó el aliento, pero siempre recostado en el piso. El viejo giró para mirarlo. Negó con la cabeza y se quitó el auricular de la oreja.

—No ísonrió. Y pareció que la cosa quedaba ahí. El viejo volvió a mirar el partido, que estaba áspero y empatadoí. Música ídijo después, mirándolo de nuevo.

Algún tanguito? —probó el Soda.

—Un concierto. Hay un buen programa de música clásica a esta hora.

El Soda frunció el entrecejo. Ya tenía una buena anécdota para contarles a los muchachos y la cosa venía lo suficientemente interesante como para continuarla. Se levantó resoplando, se bajó las medias y caminó despacio hasta pararse al lado del viejo.

—Pero le gusta el fútbol —le dijo—. Por lo que veo.

El viejo aprobó enérgicamente con la cabeza, sin dejar de mirar el curso de la pelota, que iba y venía por el aire, rabiosa.

—Lo he jugado. Y, además, está muy emparentado con el arte —dictaminó después—. Muy emparentado.

El Soda lo miró, curioso. Sabía que seguiría hablando, y esperó.

—Mire usted nuestro arquero —efectivamente el viejo señaló a De León, que estudiaba el partido desde su arco, las manos en la cintura, todo un costado de la camiseta cubierto de tierra—. La continuidad de la nariz con la frente. La expansión pectoral. La curvatura de los muslos. La tensión en los dorsales —se quedó un momento en silencio, como para que el Soda apreciara aquello que él le mostraba—. Bueno... Eso, eso es la escultura...

El Soda adelantó la mandíbula y osciló levemente la cabeza, aprobando dubitativo.

—Vea usted —el viejo señaló ahora hacia el arco contrario, al que estaba por llegar un córner— el relumbrón intenso de las camisetas nuestras, amarillo cadmio y una veladura naranja por el sudor. El contraste con el azul de Prusia de las camisetas rivales, el casi violeta cardenalicio que asume también ese azul por la transpiración, los vivos blancos como trazos alocados. Las manchas ágiles ocres, pardas y sepias y Siena de los mulos, vivaces, dignas de un Bacon. Entrecierre los ojos y aprécielo así... Bueno... Eso, eso es la pintura.

Aún estaba el Soda con los ojos entrecerrados cuando al viejo arreció.

—Observe, observe usted esa carrera intensa entre el delantero de ellos y el cuatro nuestro. El salto al unísono, el giro en el aire, la voltereta elástica, el braceo amplio en busca del equilibrio... Bueno... Eso, eso es la danza...

El Soda procuraba estimular sus sentidos, pero sólo veía que los rivales se venían con todo, porfiados, y que la pelota no se alejaba del área defendida por De León.

—Y escuche usted, escuche usted... —lo acicateó el viejo, curvando con una mano el pabellón de la misma oreja donde había tenido el auricular de la radio y entusiasmado tal vez al encontrar, por fin, un interlocutor válido—... la percusión grave de la pelota cuando bota contra el piso, el chasquido de la suela de los botines sobre el césped, el fuelle quedo de la respiración agitada, el coro desparejo de los gritos, las órdenes, los alertas, los insultos de los muchachos y el pitazo agudo del referí... Bueno... Eso, eso es la música...

El Soda aprobó con la cabeza. Los muchachos no iban a creerle cuando él les contara aquella charla insólita con el viejo, luego del partido, si es que les quedaba algo de ánimo, porque la derrota se cernía sobre ellos como un ave oscura e implacable.

—Y vea usted a ese delantero... —señaló ahora el viejo, casi metiéndose en la cancha, algo más alterado—... ese delantero de ellos que se revuelca por el suelo como si lo hubiese picado una tarántula, mesándose exageradamente los cabellos, distorsionando el rostro, bramando falsamente de dolor, reclamando histriónicamente justicia... Bueno... Eso, eso es el teatro.

El Soda se tomó la cabeza.

—¿Qué cobró? —balbuceó indignado.

—¿Cobró penal? —abrió los ojos el viejo, incrédulo. Dio un paso al frente, metiéndose apenas en la cancha—. ¿Qué cobrás? —gritó después, desaforado—. ¿Qué cobrás, referí y la reputísima madre que te parió?

El Soda lo miró atónito. Ante el grito del viejo parecía haberse olvidado repentinamente del penal injusto, de la derrota inminente y del mismo calor. El viejo estaba lívido mirando al área, pero enseguida se volvió hacia el Soda tratando de recomponerse, algo confuso, incómodo.

—...¿Y eso? —se atrevió a preguntarle el Soda, señalándolo.

—Y eso... —vaciló el viejo, tocándose levemente la gorra—...Eso es el fútbol.


Cuento de Roberto Fontanarrosa, humorista, escritor y dibujante argentino nacido y muerto en Rosario; padre de Inodoro Pereyra y Boggie el Aceitoso.

19 agosto 2007

El "Día de Acción del Blog", una fecha para generar conciencia sobre los problemas que afectan a la humanidad



Un grupo de internautas lanzó una iniciativa para crear el "Día de Acción del Blog", una jornada en la que todas las bitácoras de la Web se pongan de acuerdo para publicar artículos sobre un único tema. La fecha elegida para la celebración es el 15 de octubre y el tópico para la primera edición del evento es el cuidado del medio ambiente.

Los organizadores –los bloggers Collis Ta'eed, Leo Babauta y Cyan Ta'eed– sostienen que si durante 24 horas todas las página personales hablan de determinado problema que afecta a la humanidad, ese inconveniente podría resolverse. Hasta el momento, casi 600 autores de bitácoras adhirieron a la propuesta.

Además de publicar artículos sobre el tema, los organizadores invitan a promover el evento a través de la Web y proponen que aquellos usuarios que ganen dinero con sus blogs donen lo recaudado durante ese día a alguna organización ecologista.

06 agosto 2007

Tailandia: los policías que cometan faltas leves deberán llevar brazaletes de "Hello Kitty"


La medida establece que los infractores se coloquen durante varios días esa insignia rosada, en la que se ve al personaje sentado sobre un par de corazones. El objetivo es causar vergüenza en quien lo lleva, con el fin de mejorar la disciplina de los agentes.

Las autoridades de Bangkok, Tailandia, decidieron castigar a los policías que cometan infracciones leves obligándolos a usar un brazalete con la imagen del personaje "Hello Kitty". Con esta medida, los agentes de División de Supresión del Crimen que realicen faltas como tirar basura al suelo, estacionar ilegalmente o llegar tarde a trabajar tendrán que llevar durante varios días la insignia de color rosa con un dibujo del personaje animado sentado sobre un par de corazones.

Pongpat Chayapan, coronel de la policía tailandesa, explicó que la idea se basa en la teoría policial de las "ventanas rotas", usada en Nueva York en la década de 1980 y 1990. La teoría argumenta que endurecerse contra los pequeños delitos lleva a una reducción de las ofensas más serias.

Según los jefes policiales tailandeses, el brazalete está diseñado para causar vergüenza al que lo lleva. "Esto ayuda a crear disciplina. No debemos dejar que las ofensas pequeñas pasen desapercibidas", dijo el lunes. "Los agentes culpables tendrán que llevar los brazaletes en la oficina durante varios días con la orden de no revelar sus ofensas. Que la gente averigüe lo que han hecho", agregó.

Fuente: www.clarin.com

02 agosto 2007

Deconstrucción

Disfruten!